Mateando con JuaneLe Ortiz

. martes, 17 de marzo de 2009
  • Agregar a Technorati
  • Agregar a Del.icio.us
  • Agregar a DiggIt!
  • Agregar a Yahoo!
  • Agregar a Google
  • Agregar a Meneame
  • Agregar a Furl
  • Agregar a Reddit
  • Agregar a Magnolia
  • Agregar a Blinklist
  • Agregar a Blogmarks


(Este post fue diseñado por una akahatera no oficial pero de mucho oficio: Jolene. Los problemas del mundo la esconden, pero ella me pasa el papelito y yo lo pego acá, con cinta o engrudo o lo que encuentre a mano, y escribo que es de ella. Así. Jolene)



Juan Laurentino Ortiz (junio del 86- septiembre del 78) es ese tiro largo y flaco de poeta entrerriano que captó de la naturaleza la ternura y ató hilo por hilo la conexión con los cuatro elementos, desde su más suelo provinciano.

Juanele -o el poeta de la ternura in natura-, fumaba en pipa larga, tan larga como él y decía que 'El arte no da cuenta del mundo para hacerlo comprensible, sino para devolverle su sagrado misterio'.

Pasó su infancia en las selvas de Montiel, lo que se grabó en gran parte su poética y participó de la bohemia literaria (gran) de los 20. En conexión con el simbolismo y la poesía oriental, hizo de su espíritu el híbrido con el paisaje que siempre lo rodeó.

Por encima de sus detalladísimas descripciones, cuenta cosas locas tales como que hay veces en que la luna se deshoja con el viento; y otras florece en luna líquida.

Mejor les dejo que él sebe los mates. (Así):

"El sol ha bebido sus propias perlas
y hay apenas de ellas una memoria por secarse...
No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas...
¿Viste alguna vez la melodía de los brillos?
¿La viste ondular, todavía de gasa,
desde tus pies al cielo, sobre el río?"(…)

(fragmento de “Deja las letras”)

I
Está por florecer el jacarandá… amigo…
Es cierto que está por florecer… ¿lo has acaso sentido?
¿Pero dónde ese anhelo de morado, dónde, podrías
decírmelo?

En realidad se le insinúa en no se sabe qué de las ramillas…

Cómo, si no, esa sobre-presencia, o casi, que aún de lo invisible,
obsede, se aseguraría,
el centro de la media tarde misma,
¿sobre qué olvido?
llamando desde el sueño o poco menos, todavía,
cuando un rosa en aparecido,
lo cala, indiferentemente, y lo libra,
¿lo libra
a su limbo?

II

Yo adoro una mujer de aire.
La sentíamos bastante como el aire,
brillante o secreta esencia, ah, de lo que nos tocaba;
alma del tiempo, sí, más allá de las formas,
¿sin forma siempre como el aire?

Cuando la mujer de aire se va,
no, no me digáis que las flores son flores y que la luz es luz,
que la colina sube hacia la nubes y que la tarde baja hasta las aguas
y que el anochecer viene de espejos por las lejanas islas, por las islas...
Ni menos me digáis, oh, no me digáis, que la luna de julio se ha entibiado entre las ramas...

No, no me digáis nada, que cuando la mujer de aire se va
¿el aire, el aire?, es una asfixia oscura,
y hay manos, muchas manos, tendidas hacia nosotros desde otras sombras como raíces invertidas...

Pero, ¿verdad que la mujer de aire siempre vuelve?
—Siempre regresa, sí, pero no basta adorarla porque ella es la libertad.

III

A la orilla del río
un niño solo
con su perro.
A la orilla del río
dos soledades
tímidas,
que se abrazan.

¿Qué mar oscuro,
qué mar oscuro,
los rodea,
cuando el agua es de cielo
que llega danzando
hasta las gramillas?
A la orilla del río
dos vidas solas,
que se abrazan.
Solos, solos, quedaron
cerca del rancho.
La madre fue por algo.
El mundo era una crecida
nocturna.
¿Por qué el hambre y las piedras
y las palabras duras?
Y había enredaderas
que se miraban,
y sombras de sauces,
que se iban,
y ramas que quedaban...

Solos de pronto, solos,
ante la extraña noche
que subía, y los rodeaba:
del vago, del profundo
terror igual,
surgió el desesperado
anhelo de un calor
que los flotara.

A la orilla del río
dos soledades puras
confundidas
sobre una isla efímera
de amor desesperado.

El animal temblaba.
¿De qué alegría
temblaba?
El niño casi lloraba.
¿De qué alegría
casi lloraba?

A la orilla del río
un niño solo
con su perro.


IV
Sí, mi amiga, estamos bien, pero tiemblo
a pesar de esas llamas dulces contra junio…

Estamos bien… sí…

Miro una danzarina en su martirio, es cierto,
con los locos brazos, ay, negando la ceniza
y el crepúsculo íntimo…

Estamos bien… Cummings que se va, muy pálido,

al país que nunca ha recorrido,
mientras Debussy enciende el suyo, submarino…

Estamos bien… Pero tiemblo, mi amiga, de la lluvia

que trae más agudamente aún la noche
para las preguntas que se han tendido como ramas
a lo largo de la pesadilla de la luz,
con la vara que sabes y la arpillera que sabes,
en las puertas mismas, quizás, de la poesía y de la música…

Estamos bien, sí mi amiga, pero tiemblo de un crimen…


¿Cuándo, cuándo, mi amiga?

Junto a las mismas bailarinas del fuego,
¿cuándo, cuándo, el amor no tendrá frío?

2 comentarios:

franco dijo...

¡Qué increíble! Le conocía solamente un poema que nos dieron en la facu, que me había gustado bastante.

El mundo era una crecida
nocturna.
¿Por qué el hambre y las piedras
y las palabras duras?
Y había enredaderas
que se miraban,
y sombras de sauces,
que se iban,
y ramas que quedaban...

¡Qué fantasioso eso!

Anónimo dijo...

Estoy empezando a investigar más a este autor. Si les interesa contáctenme. Tengo unos conocidos que tb lo estudian.
Gracias a Dios, las obras llegarán pronto a Corrientes.
UN abrazo.
El Chino.-