Mateando con Raúl González Tuñón

. martes, 25 de noviembre de 2008
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Hermoso tipo, al parecer. Se murió en 1974, y nació en Buenos Aires en 1905, además de nacer todos los días. ¿De dónde lo sacó el mundo? Ni idea. ¿De dónde lo saqué yo? De un documental sobre Juan Gelman, con el que podríamos matear, tranquilamente. Encima está vivo, así que podríamos matear como ningún dios manda. Según la wikiamiga, se frecuentó con taaaanta gente genial don González Tuñón (dice ahí César Vallejo, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Federico García Lorca y Pablo Neruda), dichoso él.
¡Qué loco! ¡Ningún dios los cría y el viento los amontona!
Ésta selección es tomada de la primera parte de Los caprichos de Juancito Caminador, que es lo único que hasta ahora leí.





La Señorita del museo de cera

La asesinada está como estaba, inclinada
ligeramente, un libro duerme en su falda oscura
y es su rostro de pura blancura estrangulada
inocencia perfecta, transparente ternura.

Es bueno estar con ella cuando afuera la nieve
-la misma que cubrió su sangre delicada-
cae sobre la calle, fugaz y leve y breve,
más breve que su vida de niña derramada.

El asesino, al fondo del salón, el ahorcado
de rostro verde, espera la hora penumbrosa:
ya sabe que le aguarda, oh tenebroso amado,
la Blanca Señorita de Carne Silenciosa.

La Señorita Ortopédica


La Señorita Ortopédica
se levanta muy temprano,
con el sol, en la vidriera.

La Señorita Ortopédica
no puede querer a nadie,
ni a la jeringa rosada
ni a la muleta ni al parche
ni al brazo de hierro, solo,
desconsolado, perfecto,
como Mambrú cuando vino
y ya todos habían muerto.

¿Cómo va a querer a alguien
la Señorita Ortopédica?
Porque es de alambre, sin duda,
porque es de cera, sin duda,
no hay duda,
porque es compuesta, inventada,
armada, desanimada, desalmada,
fría y muda.

El vals del Emperador

Los rufianes lo bailan en los salones
bajo la luz helada, entre los naipes
(las sotas tienen ya las rodillas podridas,
y los caballos sed, y los reyes murieron).

Las dulces niñas corrompidas,
ah corrompidas, corrompidas,
quieren bailar conmigo,
pero no puedo porque se deshacen.

La mujer del Coronel (bastante vieja)
ha encendido las antiguas lámparas
y todos están juntos, qué terible,
todos están dormidos esta noche
y el Emperador, vacilante,
ordena a la orquesta levantando
su índice muerto.

Cada uno lleva su almohadilla,
la alhaja concedida a la muerte,
la papeleta del nicho
y algunos agónicos nardos.

Míralos en el fondo del espejo,
cerca de los paraguas y los sombreros solos,
la última carta del Primer Ministro,
la Gaceta de ayer,
en el punto en donde se encuentran
los olores perdidos,
un guante, un diente de oro, una violeta.

Todos están juntos, qué terrible
y en lugar de la luz,
del reflector del techo cae una baba silenciosa, fría.
Es la muerte pequeña, pequeña todavía.

La pieza donde velaron a Eloísa


Al fin se quedó sola como la muerta,
la pieza en que velaron a la modista.
Un maniquí de mimbre junto a la puerta
y sobre el viejo mueble la ropa lista.

Ese diario con lápiz rojo marcado
en la parte de avisos fúnebres, y ese
cuadro con pretensiones, marco dorado,
Virgen y Niño en cielo de Veronese.

La Academia de Corte y Confección tuvo
su auge en un tiempo; luego, los días malos,
el kerosén barato que ahúma el tubo,
la sopa recocida de arroces ralos.

Todo pasó de moda como la moda,
los querubines de los cielorrasos,
los mozos que tomaban la vida en joda
y las lágrimas blancas de los payasos.

Escaparate de esa modista de antes,
talles de avispa, senos robustos, moños,
cuando la cortejaban los estudiantes.
(El único sincero murió en otoño)

Ese olor de la pieza, de insecticida,
entre permanganato y ácido bórico;
ese olor que en las sábanas dejó la vida,
y ese olor de la muerte, tan categórico.

La Señorita Muerta

Si usted quiere, que llueva,
si usted quiere, un farol,
antracita en la estufa,
aldabón en la puerta

y en un rincón del cuarto
la Señorita Muerta.

Ellos creen que está viva
la bella embalsamada
ellos quieren que ella
reciba sus visitas.
Oh, pobre señorita
la Señorita Muerta.

Si usted quiere, pianola,
un diploma y un álbum.
Si usted quiere, un retrato
de novios a la sepia
y en el sofá, sentada,
la Señorita Muerta.

Ellos comen y duermen,
trabajan, se fatigan,
mientras ella sentada
toda adentro vacía,
oh, Señorita Muerta,
la Pobre Señorita,

toda adentro rellena,
toda afuera pintada,
con el mejor vestido,
con la mirada helada,
oh, Señorita Muerta,
Señorita Sentada.

Mientras ella sin tumba,
sin aire, sin estómago,
toda afuera de carne,
toda adentro desierta,
sueña cuando era viva...
la Señorita Muerta.

La última orquesta de Señoritas

Tan gordas, tan peinadas,
tan cursis, tan solteras,
tan los labios pintados,
tan los trajes de seda,
tan el piano, el violín
tan tin, tin tan, tan ton
el violón, el violón.

Murieron los jazmines
sobre los altos senos,
ya está verde violácea
la que tomó veneno.
La vamos a enterrar
dentro del violoncello.

Ha tiempo que no iba
por el café del puerto.
Partitura amarilla,
atril con polvo, espejo
sin imágenes, lento
pasar de antiguas sombras
por el café desierto,
y la Registradora...
con el cajero muerto.

Retrato de la desaparecida
(Mariette Lydis)


¿En qué zona, real, pero apenas visible,
en qué clima, perdida, pero jamás del todo,
está su voz sin voz, sus ojos sin mirada,
el delicado pelo aún no deshecho en polvo
y la carne perdida en su mano enguantada?

Equilibrio entre el ser y el fantasma, retrato
del alma casi a punto de evadirse del cuerpo,
la muerte detenida por decoro, en el punto
en donde se despide lo vivo de lo muerto.
Un fondo todo oscuro y un tul casi difunto.

La señorita del correo

Me gusta la lluvia en un pueblo el Sur
y en el Norte, reseco, me gusta beber a la sombra,
siempre la veo detrás del mesón esperando, esperando,
en el Norte, en el Sur ¡es la misma de celestes venas!

¿Dónde estará ahora con su diente de oro
la bruma de un ojo de vidrio sin vidrio,
el río de lacre en la oscura madera podrida,
la yema del índice de tinta engomada
y un olor de ropa gastada de hoteles perdidos?
¿Dónde estará ahora esperando, esperando,
la carta que nadie le escribirá nunca?

Las estatuas

Las estatuas siempre desnudas con calor, con frío,
las estatuas siempre mojadas en las avenidas,
las estatuas siempre resecas en las avenidas,
las estatuas siempre esperando en las avenidas.
Las estatuas con terno, guantes, galera (de bronce),
las estatuas con clámide, veste, sandalias (de mármol),
las estatuas cuando desfilan los Huerfanitos,
las estatuas cuando el Ministro pronuncia un discurso.
¡No, yo no quiero ser estatua! Ni yo. Ni yo.

Retrato de Elena Andree Y marcelino Desboutin
(E.H.G. Degas)


Olor de arenque y flaca sopa fría. Tú, Elena,
de zapatos gastados en calles y mercados,
y el vestido -brillante en un tiempo- que usan
para morirse, algunas coristas, ya vencidas.

Mejor no hablar de ti, Marcelino, dejemos
eso para mañana. Lo que nunca pintaste,
lo que nunca escribiste... Mientras los otros suben,
estamos aquí abajo, rodeados de ratones.

Dejaré la reunión por veros esta noche.
Habrá vino, seguro, aunque el hígado chille.
¡A todos tres nos gusta la sopa de cebolla,
y hablar de versos, oh, nosotros que sabemos!

El barco asesino

Estaremos todos despiertos
cuando parta el barco asesino
con su carga de albatros muertos,
sin timonel, y sin destino.

¿Cuánto andará por estos mares
hacia qué muelle destruido
hasta que un día lo aprisionen
los arrecifes del olvido?

¿Hacia qué bruma, hacia qué puerto,
hacia qué bahía infernal?
¿Solo como un grumete muerto
mi corazón se quedará?

Estaremos todos borachos
cuando parta el barco asesino,
desplegadas las velas grises
el barco asesino.

Ni el más viejo se dará cuenta
-tan hábil será la maniobra-
digna de quien sabe lo suyo
la maniobra.

Sólo después, la mano hinchada,
el ojo rojo, el agrio vino,
despertaremos al espanto
del barco asesino.

Los niños abandonados

El río está en la ciudad.
El puente está sobre el río.
Bajo el puente están los granujas
no se ha hecho nada por ellos.
A la orilla, perros sarnosos,
tristes naranjas, agua oscura,
el cielo gris, las altas nubes,
sobre el puente pasan los carros.
Sobre le puente pasa mi féretro
un triste día, un triste día.
Los granujas se rascan, miran,
y alguien exclama: ¡Ahí va uno!

El país de Cocagne
(Peter Brueghel)


¡Cocagne! Aguarda, vientre harto,
caerá algo para ti.
El poeta no tiene un cuarto.
Todo para ti, nada para mí.

Peter Bruehel te pintará
satisfecho sobre la tierra.
No se sabe cuándo vendrá
el hambre -la peste- la guerra-.

¡Cocagne! Dame tu linterna
para alumbrar el ocio lleno.
El poeta no tiene pierna,
-ternera a ti y a mí veneno.

A mi soga y a ti matambre
-un día lo habrá para todos-
pero ahora, de todos modos,
como un perro me muerde el hambre.

Poema que compuso Juancito Caminador para la supuesta muerte de Juancito Caminador

Juancito caminador...
murió en un lejano puerto
el prestidigitador.
Poca cosa deja el muerto.

Terminaba su función
-canción, paloma y baraja-
todo cabe en una caja.
Todo, menos la canción.

Ponle luto a la pianola,
al barquito, a la botella,
al conejito, a la estrella,
al botellón, a la bola.

Música de barracón
-canción, baraja y paloma,
flor de trapo sin aroma.
Todo, menos la canción.

Ponle luto a la veleta,
al gallo, al reloj de cuco,
al fonógrafo, al trabuco,
al vaso y a la carpeta.

Su prestidigitación
-canción, paloma y baraja-
el tiempo humilla y ultraja.
Todo, menos la canción.

Mucha muerte a poca vida.
¡Que lo entierre de una vez
la reina del ajedrez
y un poeta lo despida!

Truco mágico, ilusión
-canción, baraja y paloma-
que todo en broma se toma.
Todo, menos la canción.

Canción para vagabundos
(que compuso Juancito Caminador)


Salud a la cofradía
trotacalle y trotamundo,
todo nos falta en el mundo
todo, menos la alegría.

Y viva la santa unión
de Sin-ropas y Sin-tierras
todo nos falta en la tierra,
todo, menos la ilusión.
Corto sueño y larga andanza
en constante despedida,
todo nos falta en la vida,
todo, menos la esperanza.

Amigos de las botellas
pero poco del trabajo,
todo nos falta aquí abajo,
todo, menos las estrellas.

Inofensiva locura,
sinrazón de vagabundo,
todo nos falta en el mundo,
todo, menos sepultura.

Prosigamos, si Dios quiere,
nuestro camino sin Dios,
que siempre se dice adiós
y una sola vez se muere.

Canción que Juancito Caminador compuso para una mujerzuela en una fiesta de bandidos

Oh, ya vendrán los buenos tiempos,
tiende la mesa en el jardín.
Presidirá la luna alcohólica
el pantagruélico festín.

Cambia tu cara melancólica,
ponte lunares y carmín.
Afuera el viento hace la ronda
y ladra lejos el mastín.

La daga oculta bajo el saco
-noche de perros y hollín-
en el foso cantan los sapos
su antigua Silly Symphony.

Pasa la peste. Ni las ratas
quedaron en el cuchitril.
Nadie comparte nuestra cama.
La portera apaga el candil.

El hambre azota al viejo pueblo,
locura y muerte están ahí.
Oh, ya vendrán los buenos tiempos
pero no preguntéis por mí.

Tú serás la dama esqueleto,
no compartirás el festín,
tu pobre nicho sin florero,
tu oscura muerte sin violón.

Coro: Oh, ya vendrán los buenos tiempos
y será tarde para tí.
Ella: ¡Conoceré bajo la tierra
el secreto del alhelí!

Canción que Juancito Caminador dejó inconclusa

Cuando la Reina y el Rey se casaron
¿recuerda usted?
Era en Viena, los valses garuraron
¿era en Budapest?
Era en Belgrado, la guerra en puerta
¿era en Zagreb?
Carmen Sylva ya estaba muerta
¿era en Bucarest?
Cuando la Reina y el Rey se casaron
¿qué pasó después?
Sonaba los violines lentos
y los graves pianos maduros
y en los horizontes oscuros
aullaban los oscuros vientos.
De los pinos en el jardín
colgaban soldados ahorcados
y el de Ulm, el campeón mastín,
ladraba cielos estrellados.
Desmayóse la Reina y todos
los concurrentes a la fiesta
buscaron en sus sobretodos
las armas. Callóse la orquesta.
En la calle, junto al farol
de suave niebla revestido,
Al Capone y el rey Carol
planeaban un rapto atrevido.
El Embajador de Alemania,
mientras tanto, trataba en vano
de besar la pálida mano
de la princesa de Rumania.
De pronto al palacio llegó
sin cabeza -nada correcto-
un mensajero del Prefecto,
y el rey Boris palideció.
Las damas regias tan amigas
de lucir siempre sus alhajas
sacaron rápidas navajas
de la vaina de hermosas ligas.
De pronto el viejo Director
del famoso Teatro Real
gritó desde el corredor...

Mateando con Jorge Teillier

. domingo, 16 de noviembre de 2008
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No pude contenerme: tenía que hacer esto por Jorge. Después de qué él muriera nos hicimos amigos, aunque el vidrio a través del que nos vemos es algo opaco, dudoso, y creo que siempre me contacto con las mismas palabras de él, que vienen en verso, con cadencia campestre y un gustito a vino que me encanta. Parece que desde que murió no escribió más, o no me lo quiere mostrar.
Él era chileno y maldito. Tomaba mucho, y sabía bastante del tema. Veamos lo que dice acá, en palabras de otro poeta chileno, Francisco Véjar: "Recuerdo una de las clínicas psiquiátricas donde estuvo internado, en la cual los médicos no lo querían dar de alta ya que estaban haciendo un informe sobre el alcoholismo, y era tal el conocimiento de Teillier al respecto, que en la práctica lo retenían para sacarle información."
Un tipo hermoso, sintetizador de angustias y decadencias. Recién me entero acá de que conoció a Allen Ginsberg y hasta le recomendó plantita. ¡Qué loco! Vivió entre 1935 y 1996. Sus poemas:

Cuando Todos se Vayan

Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.

Cosas vistas (Fragmentos)

1
Nieva
y todos en la ciudad
qiusieran cambiar de nombre.

2
Me preguntas en qué pienso.
No pienso en nada:
Sólo veo un puente de cimbra
Sobre el lecho reseco de un río
Que nunca hemos atravesado juntos.

3
Con el grito amarillo
del aromo
se despierta la mañana.

5
Los árboles están lejos
pero un día
llegaremos a ser árbol.

7
Sentado en el fondo del patio
trato de pensar qué haré en el futuro,
pero sigo el vuelo del moscardón
cuyo oro es el único que podría atrapar,
y pierdo el tiempo saludando al caballo
al que puse nombre un mediodía de infancia
y que ahora asoma
su triste cabeza entre los geranios.

8
Las primeras luciérnagas:
un niño corre a buscarlas
para su amigo enfermo.

10
Damos vuelta a la plaza
en un Fiat 600
para entrar a una iglesia de 1732.
Una iglesia más grande que este pueblo
acurrucado como un pobre nido
entre cerros áridos donde trepan las cabras.
Un pueblo con casas de adobe venidas abajo
por el último terremoto.
Un pueblo donde todos esperan otro terremoto.

12
Tu color preferido es el azul
Mi color preferido es el azul
Nunca más le preguntaremos a nadie qué color prefiere
Para creer que nosotros inventamos el azul.

13
A la hora en que en el centro de la ciudad
Se cierran como pestañas
Las cortinas de los bares
Con el ruido que hace más amargo
El amanecer de lsolitario,
En este insomne amaneecer miro tus pestañas cerradas
Que acogen todos mis sueños
Que me rechazaban antes de conocerme.

15
Quise fotografiarme
y escogí los ojos de un perro vago.
Pequeño vagabundo sin dueño,
sucio,
con cardos secos en el pelaje marchito.
No me cobró nada
y volvió a escarbar
su tarro de basura.
Cada uno sigue su camino.

17
Día tras día
en los charcos verticales
de los espejos de los bares
se va perdiendo tu cara
esa hoja caída de un árbol condenado.

25
Para qué me dices
escribe;
trata de escribir
hasta qeu tu brazo derecho
sea más largo que el izquierdo.

26
Por qué
en el Museo
está prohibido tocarte
a ti a quien me hubiera gustado tocar
mesa florentina del Siglo XVIII
como si fueras una vedette en el proscenio.
Ella debía servir para hacer el amor
y tú para comer
y ninguna de las dos sirve para nada.

28
En el espejo de mi armario
veo mi imaben borrada
por la del antepasado que jamás conocí.

30
La muerte nos dice que no existe
para que creamos en ella
y la llamemos.

33
Un gato y una mariposa
peligrosamente cerca.
Pero el viento no duerme.

36
Un árbol me despierta
y me dice:
"Es mejor despertar,
los sueños no te pertenecen.
Mira, mira los gansos
abriendo sus grandes alas blancas,
mira los nidales de gallinas
bajo el automóvil abandonado".

39
Si el mismo camino que sube
es el que baja
lo mejor es mirarlo
inmóvil desde una ventana.

40
Los charcos
abren ojos aterrados
al oir a los patos.

42
Fuego bajo las cenizas.
Y en el muro
la sombra de los amigos muertos.

44
Un vaso de cerveza,
una piedra, una nube,
la sonrisa de un ciego
y el milagro increíble
de estar de pie en la tierra.

50
La niebla hace a todos personajes
de un libro de cuentos de hadas
leído en la torre que se incendiará.

Notas sobre el último viaje del autor a su pueblo natal (Fragmento)
7
Me cuesta creer en la magia de los versos.
Leo novelas policiales,
revistas deportivas, cuentos de terror.
Sólo soy un empleado público como consta en mi
carnet de identidad.
Sólo tengo deudas y despertares de resaca
donde hace daño hasta el ruido del alka
seltzer al caer al vaso de agua.
En la casa de la ciudad no he pagado la luz ni el agua.
Sigo refugiado en los mesones,
mirando los letreros que dicen "No se fía".
Mi futuro es una cuenta por pagar.

Pequeña confesión

En memoria de Serguei Esenin

Sí, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones.
Me amaron las doncellas y preferí a las putas.
Tal vez nunca debiera haber dejado
El país de techos de zinc y cercos de madera.

En medio del camino de la vida
Vago por las afueras del pueblo
Y ni siquiera aquí se oyen las carretas
Cuya música he amado desde niño.

Desperté con ganas de hacer un testamento
—ese deseo que le viene a todo el mundo—
Pero preferí mirar una pistola
La única amiga que no nos abandona.

Todo lo que se diga de mí es verdadero
Y la verdad es que no me importa mucho.
Me importa soñar con caminos de barro
Y gastar mis codos en todos los mesones.

“Es mejor morir de vino que de tedio”
Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas.
Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano
Cuando se gastan los codos en todos los mesones.

Tal vez nunca debí salir del pueblo
Donde cualquiera puede ser mi amigo.
Donde crecen mis iniciales grabadas
En el árbol de la tumba de mi hermana.

El aire de la mañana es siempre nuevo
Y lo saludo como a un viejo conocido,
Pero aunque sea un boxeador golpeado
Voy a dar mis últimas peleas.

Y con el orgullo de siempre
Digo que las amadas pueden ir de mano en mano
Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron
Y yo gasto mis codos en todos los mesones.

Como de costumbre volveré a la ciudad
Escuchando un perdido rechinar de carretas
Y soñaré techos de zinc y cercos de madera
Mientras gasto mis codos en todos los mesones.

Sentados frente al fuego

Sentados frente al fuego que envejece
miro su rostro sin decir palabra.
Miro el jarro de greda donde aún queda vino,
miro nuestras sombras movidas por las llamas.

Ésta es la misma estación que descubrimos juntos,
a pesar de su rostro frente al fuego,
y de nuestras sombras movidas por la llamas.
Quizás si yo pudiera encontrar una palabra.

Ésta es la misma estación que descubrimos juntos:
aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia.
Pero nuestras sombras movidas por las llamas
viven más que nosotros.

Sí, ésta es la misma estación que descubrimos juntos:
-Yo llenaba esas manos de cerezas, esas

manos llenaban mi vaso de vino-.
Ella mira el fuego que envejece.

La última isla

De nuevo vida y muerte se confunden
como en el patio de la casa
la entrada de las carretas
con el ruido del balde en el pozo.
De nuevo el cielo recuerda con odio
la herida del relámpago,
y los almendros no quieren pensar
en sus negras raíces.

El silencio no puede seguir siendo mi lenguaje,
pero sólo encuentro esas palabras irreales
que los muertos les dirigen a los astros y a las hormigas,
y de mi memoria desaparecen el amor y la alegría
como la luz de una jarra de agua
lanzada inútilmente contra las tinieblas.

De nuevo sólo se escucha
el crepitar inextinguible de la lluvia
que cae y cae sin saber por qué,
parecida a la anciana solitaria que sigue
tejiendo y tejiendo;
y se quiere huir hacia un pueblo
donde un trompo todavía no deja de girar
esperando que yo lo recoja,
pero donde se ponen los pies
desaparecen los caminos,
y es mejor quedarse inmóvil en este cuarto
pues quizás ha llegado el término del mundo,
y la lluvia es el estéril eco de ese fin,
una canción que tratan de recordar
labios que se deshacen bajo tierra.

Frío

Un ave de alas de hielo
deja a los niños el traje de la muerte
como disfraz para este día de frío.

Los abedules sueñan por última vez
pues las golondrinas traen una guadaña
en vez de briznas para el nido.

El frío empuña la guadaña.
El frío con su guadaña corta la aldea,
esa espiga a quien nadie defiende.

Despedida

...el caso no ofrece
ningún adorno para la diadema de las Musas.
Ezra Pound

Me despido de mi mano
que pudo mostrar el rayo
o la quietud de las piedras
bajo las nieves de antaño.

Para que vuelvan a ser bosques y arenas
me despido del papel blanco y de la tinta azul
de donde surgían los ríos perezosos,
cerdos en las calles, molinos vacíos.

Me despido de los amigos
en quienes más he confiado:
los conejos y las polillas,
las nubes harapientas del verano,
mi sombra que solía hablarme en voz baja.

Me despido de las virtudes y de las gracias del planeta:
los fracasados, las cajas de música,
los murciélagos que al atardecer se deshojan
de los bosques de casas de madera.

Me despido de los amigos silenciosos
a los que sólo les importa saber
dónde se puede beber algo de vino
y para los cuales todos los días
no son sino un pretexto
para entonar canciones pasadas de moda.

Me despido de una muchacha
que sin preguntarme si la amaba o no la amaba
caminó conmigo y se acostó conmigo
cualquiera tarde de esas en que las calles se llenan
de humaredas de hojas quemándose en las acequias.

Me despido de una muchacha
cuyo rostro suelo ver en sueños
iluminado por la triste mirada
de trenes que parten bajo la lluvia.

Me despido de la memoria
y me despido de la nostalgia
–la sal y el agua
de mis días sin objeto—

y me despido de estos poemas:
palabras, palabras –un poco de aire
movido por los labios— palabras
para ocultar quizás lo único verdadero:
que respiramos y dejamos de respirar.

Para hablar con los muertos

Para hablar con los muertos
hay que elegir palabras
que ellos reconozcan tan fácilmente
como sus manos
reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad.
Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la madre
después que se han ido los invitados.
Palabras que la noche acoja
como a los fuegos fatuos los pantanos.

Para hablar con los muertos
hay que saber esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un niño.
Pero si tenemos paciencia
un día nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto,
con una llama de súbito reanimada en la chimenea,
con un regreso oscuro de pájaros
frente a la mirada de una muchacha
que aguarda inmóvil en el umbral.

El vino derramado

Cuando las últimas casas del pueblo tienen miedo
y las calles tiemblan como mangas de camisas al viento
porque se acerca el cuchillo de la noche,
aparecen cardos que traen
los mensajes blancos de la mañana desterrada.

El silencio rodea y oculta la aldea
desde la garita del guardacruzadas
cuyo fantasma aún viene a ver si pasan trenes,
hasta la bodega que todavía sueña con carretas.
El silencio que sólo permite el agrio chirrido de las norias
y me acoge en la plaza
como a un antiguo compañero de curso.

El cielo es el espejo que se acerca
para recoger el aliento de un moribundo.
Pero un solo cardo puede vencer la noche.
Un cardo blanco que atraviesa el pueblo
esperando que alguien lo atrape.

De pronto se oyen caballos
que cruzan el puente de madera.
Hay ancianos que se despiertan para oirlos recordando las leyendas
que iluminaron el oro sombrío de los días otoñales.
Algo indecible revelan
y el vino derramado de la oscuridad
significa alegría.

Daría todo el oro del mundo

Daría todo el oro del mundo
por sentir de nuevo en mi camisa
las frías monedas de la lluvia.

Por oír rodar el aro de alambre
en que un niño descalzo
lleva el sol a un puente.

Por ver aparecer
caballos y cometas
en los sitios vacíos de mi juventud.

Por oler otra vez
los buenos hijos de la harina
que oculta bajo su delantal la mesa.

Para gustar
la leche del alba
que va llenando los pozos olvidados.

Daría no sé cuánto
por descansar en la tierra
con las frías monedas de plata de la lluvia
cerrándome los ojos.

Detrás de las colinas

Detrás de las colinas siempre es invierno.
Hay becasinas lentas sobre las vegas
y cazadores que acechan su vuelo.
Hay amigos que han esperado años
para compartir un viejo vino.

Detrás de las colinas siempre hay niebla,
el alba no amanece sobre yermos de ortigas
ni en cuclillas al sol
el sastre del tiempo cose nuestra mortaja.

Detrás de las colinas siempre es invierno
y la muerte se abre como una mano
donde cabe toda la noche,
mientras aquí sobrevivir
es nada más que una gastada historia.

Detrás de las colinas siempre es invierno.

Plástica

. lunes, 10 de noviembre de 2008
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Un cuándo encaprichado decidió
llamarse noche el día
en que el amor resolvió
su conflicto con la nada.

Se convirtió en obra de arte poderosa
agarró la manzana de la cara de Magritte
y la tiró a la basura con la paloma de la cara de Magritte

adornando probablemente los vestidos de El beso de Klimt
convenciendo así a los personajes a besarse y
titulando con justicia el lienzo
desde mucho antes del invento de la memoria
que por cierto se incendió después
quemando la cabeza con historias
del amor que ya habita
contaminando las horas.

El discurso guardó silencio
y el silencio salió se dijo a sí mismo entre los besos
que se cayeron de la misma forma
que se van a volver a caer
porque en realidad no todos fueron dados.

(Sin titubear demasiado
alguna gente con coraje afirmó que esa mujer
fue pensada por Matisse)