Pedro Juan Gutiérrez es un escritor cubano que nació en 1950. Está vivo, quizas está triste. De su libro Espléndidos peces plateados son los versos de abajo.
Espléndidos peces plateados
En el ojo del huracán
la luna parpadea sobre los espléndidos peces plateados
que saltan en el océano.
La mariposa fulgurante,
la florecilla roja que se desgrana,
pero la casa se me cae a pedazos.
En el centro de la tormenta
una cucharada de arroz seco.
Ahora o nunca, Moby Dick.
Jamás compro el boleto de regreso.
Sin anestesia, Jonás.
Entre el vientre enorme,
enciende una vela y quédate tranquilo.
Puedes orar o masturbarte.
Haz lo que quieras, o lo que puedas.
Nadie te verá.
Todo quedará entre tú y Dios.
Y él sabe comprender
a los que a veces nos masturbamos.
Tristemente. Solitariamente.
Agarramos nuestro sexo y lo frotamos
y lo frotamos. Y nos perdemos algo mejor.
Seguramente nos perdemos algo mejor.
Por miedo tal vez.
Por soledad.
Por tristeza de la luna.
Lo frotamos y lo frotamos.
Ah, Moby Dick,
¿qué sabes tú de masturbaciones solitarias?
¿qué sabes tú de esperar y esperar?
De estar en el fondo.
Aquí en el ojo del huracán, pisoteado.
Con una venda sobre la boca. Una venda gruesa.
Con las manos amarradas a la espalda,
hambreado.
Y ya sin saber cómo los peces plateados saltan en el océano
en estas noches de luna llena.
Espléndidos peces plateados que yo no veo.
Te repito:
espléndidos peces plateados que ya no puedo ver.
Espléndidos peces plateados sigan saltando. No escuchen
los gemidos de amor y desolación
de los infelices que se masturban y oran
en el vientre de la ballena.
Centro Habana
Alguna vez estuve rodeado de todas las señoras en decadencia.
Yo vivía en el último piso del edificio
y tenía unos cuarenta años
y las señoras en decadencia me adoraban.
Yo subía y bajaba las escaleras para masajear
mi corazón atolondrado y ellas decían:
“Oh, qué vigoroso! ¡es un deportista!”
Ellas tuvieron su esplendor después de la guerra.
En los cincuenta eran amantes espléndidas.
Lujuriosas y satisfechas.
Mujeres hermosas y elegantes. Putas de lujo.
Viajaban a Miami, a México, a Puerto Rico. Algunas
iban de Christmas a New York.
Y ahora viven en la decrepitud,
con aquellos muebles destruidos, los vestidos sucios
y pasando hambre.
A veces enseñan sus plumas descoloridas,
los largos guantes amarillentos,
los frascos vacíos de perfume,
los mechones del cabello que se cae.
O los perros. Algunas para no estar solas tienen perros
y duermen con ellos y siempre hay peste a mierda de perro
cuando abren las puertas a mi paso, para platicar un instante
y repetir: “oh, qué fuerte es usted, como sube corriendo
hasta el octavo piso. Y qué hermosos sus hijos.
Son muy lindos sus hijos. Son muy educados.”
Y yo sabía de qué mundo esplendoroso venían ellas.
Fueron las amantes de lujo de los americanos. Las putas caras.
Nunca tuvieron hijos para no maltratar sus cuerpos.
Para no perder la fiesta. Para no arriesgarse.
Y ahora cada una está encerrada en su piso.
Tienen temor de los negros. Ese barrio fue invadido hace años
por negros y delincuentes y prostitutas baratas
que se alquilan a los turistas.
Y ellas tienen temor y dicen: “ah, este era un buen barrio.
En ese edificio sólo vivía gente fina”.
Tienen temor ahora, en la decadencia final. Solas, hambreadas,
sin bañarse, Con los huesos enfermos.
Pero son duras y no se quejan.
Sonríen y conversan pausadamente.
Tienen un largo entrenamiento de putas caras.
Deben sonreír y conversar alegremente. Y decir que sí.
Y volver a sonreír.
A veces van muy temprano a la iglesia y rezan.
Después las ayudo a subir por la escalera oscura y sucia.
Y me dicen “Que Dios se lo pague. Yo siempre rezo por usted
y por sus hijos”.
Soy un tipo afortunado. Las putas caras en decadencia
rezan por mí.
Y dios las escucha. Yo sé que las escucha.
Me perdonan mi soberbia sin límites.
Me perdonan mi arrogancia y mis prisas.
Ellas saben que estoy dibujando un boceto errante
de mi vida. Que corro desesperadamente por las escaleras
y apenas las saludo y la escucho un minuto.
Ellas saben que me provoca tristeza verlas destruidas
y huesudas pasando hambre. Las pobres viejas.
Las pobres putas viejas que caminan hasta la muerte,
se deleitan conmigo.
Y eso les basta.
Admiran al único varón vigoroso que pasa por sus puertas
Muchas veces al día.
Y me perdonan que yo les tenga lástima.
Y rezan por mí.
Si quieren seguir leyendo éste es su sitio.
4 comentarios:
Ayer el grosero puaj de Perlongher con su gran "en la conchita de las pendejas" y ahora este hablar de putas viejas. Qué inestable.
Lindo como narra su vida el cubano este. Me gustan las plumas tajantes así. Pregunta: Este señor vive actualmente en Cuba?
perlongher:
http://courses.exeter.ac.uk/latinamericanstudies/authors/literature/perlongher/cadaveres.htm
pedazo de hijo de re mil putas.
Vive.
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