Como ya se hizo antes un mateando con él, ahora agrego un poema solamente, de puro antojado.
Blues de los baldíos
Sólo allí los chiquillos recogíamos la influencia telúrica.
A la orilla
pasaba la ciudad como un circo.
Canto el fervor oculto de los baldíos, su clima univesal, su geográfica síntesis, el hilo de agua, los montículos, el musgo y los gatos flacos y los papeles inútiles y los ruidos y los ruidos.
A la orilla
pasaba mi padre con anteojos y "La Prensa"
La marca Vitagraph, el organito, el Parque Lezama y Julio Verne eran sus límites.
Oh refugio de las banderas rojas de los mítines.
Baldíos hondos o altos, que es lo mismo. Certeza de supra-realidades. Desde donde se veían las ropas ahorcadas y puestas a secar y los viajeros pájaros. Tan cosmopolitas.
Baldíos orinados por perros sin dueño, socavados por los curas de al lado y el asesino de 1908.
En el riñón de las inmensas ciudades.
Baldíos. Tan de tierra.
Qué éxito tuieron en su tiempo las martirizadoras de niños y el hombre del Kalisay. Ay.
Por qué todo tiene éxio en su tiempo
La Junta de Historia y Numismática no sabe nada de baldíos.
Sin embargo, Robinson y Torphipe, Buffallo Bill y el Torito del Abasto...
Ah, yo podría dar noticias de todos ellos a los miembros de la Junta de Historia y Numismática.
No existe la Junta de Historia y Numismática.
A la orilla
pasaba Perla White en una camilla.
Volaban las tapas de las ollas. Daba la hora el sol en el muro. Y no había ningún apuro. Y morirse no era seguro.
Después se descubre el altillo, la chimenea, la claraboya, el consultorio.
A la orilla
pasaba un entierro de tercera.
Y después se descubre el odio.
Baldíos. Y tan poblados.
En el riñón de las inmensas ciudades, el viento, el agua, el campo, golpeaban abajo, en la sueperficie de rampas y cavidades.
La vida quería brotar, reventar, traer el aliento del mundo a los niños que recen a la sombra fría de los altos muros.
Encajonados en los inquilinatos.
Viviendo una muerte, y no la vida.
Lejos del viento, el agua, el horizonte.
Qué amables baldíos.
Qué amigos, qué amados baldíos.
Ellos nos acercaban a la tierra, a lo bosques, a los valles, a los ríos.
Y todos teníamos a Dios en los ojos. Y todos teníamos los tobillos heridos. Y en todos nosotros despertaba el poeta, el hortera, el orero, el leader y el bandido.
Baldíos generosos. Ellos no saben.
A la orilla
pasaba mi destino patético. Importante.
2 comentarios:
saracatunga tunga tunga volvió gallito, cruzando el cielo de la locura
Pegué un libro de este puto. Buena onda.
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