El señor nació en Rumania en 1911 y murió en Francia en 1995. Era un raro filósofo y/o poeta, de esos en que la línea divisoria se confunde, sin contar que muchos filósofos no quieren considerarse parecidos a él, y asuntos similares en cuanto a los poetas. No ofrece una visión particularmente alegre sobre la existencia humana, aunque no por eso deja de ser transparente su óptica. Puede, y de hecho lo hace, lograr que putees durante períodos indeterminados de tiempo por la manera en que presenta aforismos sin conexiones directas ni mayores explicaciones.
En internet truchamente se consiguen muchas obras de él en castellano (publicó la mayoría en francés), me contaron, y hace poquito tuve la suerte, pasado un tiempo de buscarlo, de conseguir que una librería se pusiera seria y me trajera un libro de él. Se llama El ocaso del pensamiento, y está escrito en forma de aforismos, como todo o casi todo lo que vi por ahí dando vueltas. De ahí estos fragmentos.
¿El amor? ¡Pero mirad cómo cada rayo de sol se entierra en una lágrima, que parece como si el astro fulgente hubiera nacido de un golpe de llanto de la divinidad!
La mujer que mira hacia algo ofrece una imagen de rara trivialidad. Los ojos melancólicos te invitan, por el contrario, a una destrucción aérea, y tu sed de lo impalpable apagada por su fúnebre y perfumado azul, impide que sigas siendo tú mismo. Ojos que nada ven y frente a los cuales desapareces, para no manchar el infinito con el objeto de tu presencia. La mirada pura de la melancolía es el modo más peregrino por el que la mujer nos hace creer que antaño fue nuestra compañera en el Paraíso.
Cuando uno ha comprobado que los hombres no pueden ofrecer nada y continúa tratándolos, es como si después de haber liquidado todas las supersticiones, siguiera creyendo en fantasmas. Dios, para obligar a los solitarios a la cobardía, ha creado la sonrisa, anémica y aérea de las vírgenes, concreta e inmediata en las mujeres de mala vida, tierna en los viejos e irresistible en los moribundos. Por otro lado, nada prueba más que los hombres son mortales que la sonrisa, expresión del equívoco desgarrado de lo efímero. Cada vez que sonreímos, ¿no es como un último encuentro, y no es la sonrisa el testamento aromatizado del individuo? La trémula luz del rostro y de los labios, la solemne humedad de los ojos transforman la vida en un puerto, del cual los barcos zarpan a alta mar sin destino, transportando no hombres sino separaciones. ¿Y qué es la vida sino el lugar de las separaciones?
Siempre que me dejo conmover por una sonrisa me alejo con la carga de lo irreparable, ya que nada descubre más atrozmente la ruina que espera al hombre como ese símbolo aparente de felicidad, el cual hace sentir con más crueldad a un corazón deshojado el temblor de lo pasajero de la vida, como el estertor clásico del fin. Y siempre que alguien me sonríe, descifro en su frente luminosa la desgarradora llamada: <<¡Acércate, fíjate bien, que yo también soy mortal!>>. O cuando la negrura de mi noche vela mis ojos, la voz de la sonrisa aletea junto a mis oídos ávidos de lo implacable: <<¡Mírame, es por última vez!>>.
... Y por eso la sonrisa te aparte de la última soledad, y sea cual fuere el interés que tienes por tus compañeros de respiración y de putrefacción, te vuelves hacia ellos para sorberles el secreto, para anegarte en él y para que ellos no sepan, no sepan cuán pesada es su carga de temporalidad, qué mares transportan y a cuántos naufragios nos invita el tormento inconsciente e incurable de su sonrisa, a qué tentaciones de desaparición te someten, abriéndote su alma mientras tú levantas, temblando de aflicción, la lápida de la sonrisa.
Y es que lo sublime es una crisis temporal de la eternidad. (Incompleto)
Ciertos seres sienten el impulso criminal sólo para saborear una vida intensificada, de manera que la negación enfermiza de la vida sea al mismo tiempo su homenaje. (Incompleto)
Cuando estoy en una iglesia, a menudo pienso qué fantástica sería la religión si no hubiese creyentes, si sólo hubiese la inquietud religiosa de Dios de la que habla el órgano.
Este corresponde a su libro Silogismos de la amargura:
Mil años de guerras han consolidado a Occidente; un siglo de "psicología" le ha puesto la soga al cuello.
10 comentarios:
Locos, muy buena la movida de difusión artística. Cuando quieran podemos hacer algo juntos con Tinta China, nuestra pequeñísima editorial. Un abrazo y sigan dandole.
buenísimo! si negro. eso estaría re bueno!
deberíamos hacer un librito del circulo y una de los akahateros. Como un resumen del año.
vick, pio franco y maría son unos tremendos poetas.
una de las cosas que más me gustan de akahata es que aprendo. siempre entro leo y después investigo en wiki o cosas así.
por ejemplo ahora estuve buscando sobre aforismos y me encantó la idea y el formato. Me dieron ganas de escribir aforismos.
Dejo uno de regalo:
Hay dos clases de hombre: los que usan camisa rosada y los que hacen el asado.
“la negación enfermiza de la vida sea al mismo tiempo su homenaje”
Fantastico.
Lo de la risa como un simbolo de muerte. Extremo!
“Quedarse solo con todo el amor, con el peso de lo infinito del eros; he ahí el sentido espiritual de la infelicidad en el amor,” genial. Coincido.
adri
Creo en la gente buena.
Qué buen blog. Me voy a tomar el tiempo de leer detenidamente otro día. Mientras tanto, los agrego a mis blogs, asi no me olvido.
Saludos!
Yo hoy volví a internet
:)
María Juana, ACABAS de agarrar el nick más copado del mundo.
eeemmm... ´tan seguros de q se podría tomar unos matecitos con este hombre...? conmigo capaz q correría peligro de morir abombillado... m?
(confieso q lo de "la lápida de la sonrisa" me gustó, un poquito.)
Hola Franco, mirá para mi los mejores libros de Cioran son: En las cimas de la desesperacion, El aciago demiurgo, Breviario de podredumbre y El libro de las quimeras; en ese orden.
Saludos!
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